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 Personalidades

Congreso Nacional Hurdanófilo. Parte 1ª. Ambiente.

Al terminar la primera década del pasado siglo Plasencia, la ciudad más importante del norte de Extremadura, tenía alrededor de 10.000 habitantes. Distaba de las Hurdes 60 o 70 Kilómetros. Poco más de 40 hasta Casar de Palomero. La histórica villa vivía encerrada en sus murallas; a la sombra de la Catedral. El Abuelo Mayorga, el autómata que daba las campanadas desde la torre del Ayuntamiento, marcaba el paso de las horas y pocos sucesos alteraban la vida cotidiana en la Muy Benéfica ciudad regada por el Jerte. Próxima ya la celebración del Congreso convocado por el obispo Jarrín para mediados de junio de 1908, una desacostumbrada animación fue apoderándose de las entidades y lugares públicos más frecuentados por el vecindario. Sobre todo desde que llegó la noticia de que por fin el Gobierno había aprobado el pósito de cincuenta mil pesetas con el que se iba a iniciar la regeneración hurdana y fueron conociéndose las personalidades que habrían de tomar parte en el acontecimiento. Los periódicos de Cáceres y Salamanca habían venido insistiendo en presentarlo como un acto de “fe” y de “patriotismo”, por encima de las disputas y “folicularios” en los que solían enzarzarse los partidos. También en Madrid los diarios y gacetas de la capital se habían preocupado por presentar estas jornadas como una cuestión humanitaria, que requería (como pedían sus organizadores),de medidas urgentes, pero no de “esquilones oratorios”, ni de aproximaciones sectarias. Los “sentimientos filantrópicos” que inspiraba la desdichada región parecían unánimes entre los anfitriones del Congreso. Se esperaba la llegada de altos cargos del gobierno que Maura presidía en aquel momento, a cientos de congresistas, e incluso al Jefe del partido liberal entonces en la oposición. “No se hablaba de otra cosa en todas partes”. El Ayuntamiento dispuso algunos arcos para dar la bienvenida a tantos huéspedes. Los balcones de las calles más céntricas se adornaron con paños y banderas nacionales. La banda de San Calixto recibía con música a los forasteros que llegaban en los trenes; y hasta se organizó una exposición de arte “retrospectivo” para mostrar la riqueza de la que era depositario el pueblo placentino. A pesar de la trágica realidad que inspiraba la convocatoria, la ciudad acogió el suceso con aires de festejo. Como convenía a la importancia de la cita, al éxito que había supuesto su preparación, y a la campaña de propaganda que impulsó la Iglesia interesada en divulgar los caritativos principios en los que se fundamentó.

 

 

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