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Barrantes Moreno, Vicente III. Parece que fue hacia 1859, durante su convalecencia del accidente que sufrió en Despeñaperros y que le dejó inválido del pie derecho, cuando cristalizó en Barrantes su vocación de bibliógrafo, que honró con múltiples trabajos fruto de su particular “afición” por las cosas de su tierra. Como el Aparato Bibliográfico para la historia de Extremadura (1875), los Barros emeritenses (1876), o su perdido Diccionario de escritores extremeños. Llevado de ese mismo afán publicó en 1891 el que acabaría siendo uno de sus libros más leídos, La Jurdes y sus leyendas, cuyo título repite el de la conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Madrid en julio del año anterior. Enterado de que la comarca había sido “objeto en lo antiguo de tantas fábulas de los poetas, y en lo moderno de tantos errores de etnógrafos y antropólogos”, y estimulado por el viaje que iba a realizar al país el doctor Bide (y por su candidatura al Senado por la provincia cacereña), Barrantes trató de poner en claro lo que se sabía de una región tan poco y mal conocida hasta la fecha. Identificó a los autores que con más criterio habían tratado la cuestión: Martín Santibáñez (1875), Larruga (1876), Egusquiza y Mallada (1876), o Pizarro y Capilla (1879), entre otros. Descalificó de forma categórica las “omisiones eruditas” del P. Feijoo, que en materia geográfica confundió la parte con el todo (las Batuecas con las Jurdes); y desde un punto de vista antropológico las “paparruchas” de Madoz, por describir como “salvajes” a sus habitantes, dando por buena la pintura que de ellos hiciera Lope de Vega en su obra Las Batuecas del duque de Alba (1604), y confundiendo la ficción poética con la falsedad científica. En Lope encontró Barrantes, sin embargo, dos noticias que le interesaron. Una, la que sitúa la fábula en los años del Descubrimiento; lo que dio pie a que, más tarde, el hispano-portugués Matos Fragoso la reescribiese con el título El Nuevo Mundo en Castilla (1671), para significar con acierto el desconocimiento en el que se tuvo al territorio durante tanto tiempo. Y la otra, la de que había sido poblado por godos que se refugiaron en sus escarpaduras tras la derrota de D. Rodrigo; que creyó y trató de sostener con apoyo historiográfico. Igualmente, discutible pero menos afortunada fue su “tesis etimológica” sobre el nombre de Jurdes, que consideró procedente del rio Jurdán, o Jurdano y asoció al anabaptismo de sus primeros pobladores. Pero en conjunto cumplió con el que fue su propósito más importante. Sin desmentir “la miseria de sus serranías”, que entre otras causas atribuyó al descuaje de los montes y a los antiguos privilegios de La Alberca (y aunque la moderase cediendo a sus intereses políticos), supo ofrecer una cabal descripción de la geografía física y administrativa de la zona defendiéndola de los tópicos más espurios que pesaban sobre su memoria. / A.F.D.

 

 

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