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Congreso Nacional Hurdanófilo. Parte 3ª. Conclusiones.

Cuando la tarde del día 15 dio comienzo la sesión de clausura del Congreso a favor de las Hurdes aún resonaban en buena parte de los asistentes los encendidos aplausos con los que, poco antes, se había despedido el banquete político ofrecido a Moret por sus correligionarios de Plasencia. La participación en las jornadas de quien era en aquel momento el principal dirigente de la oposición fue considerada un “éxito” y (para el caso de que hubiera alternancia en el gobierno), una garantía de continuidad en las aspiraciones hurdanofilistas. Al veterano tribuno liberal se le tenía reservado el discurso de clausura. Pero el momento no pedía proclamas altisonantes, sino reparaciones urgentes. Antes de que le llegara su turno, el que intervino una vez más fue Polo Benito, secretario del obispo Jarrín y pieza clave en la organización del evento. Una actuación suya esa misma mañana había señalado uno de los momentos culminantes del encuentro: cuando describió con indignada claridad los abusos de toda clase que se cometían en la región y calificó como “verdaderos crímenes”  la falta de asistencia sanitaria que padecían los hurdanos, o la infamia de los que traficaban con su dolor y “sus hambres”. Las conclusiones que leyó recibieron una aprobación unánime. En general (y bajo tutela eclesiástica), iban encaminadas a favorecer la ejecución de obras agrícolas, la adopción de medidas higiénicas y la apertura de escuelas y caminos, siguiendo siempre las orientaciones recibidas del prelado y los principios inspiradores de la acción social católica. Símbolo del atraso que soportaban muchas de las zonas rurales de España, las Hurdes habían de serlo también del apostolado y el socorro a los menos favorecidos que propugnaba la Iglesia y debía favorecer la acción concertada del gobierno. La presencia de destacados miembros del gabinete vino a confirmarlo. Pero no sólo. Terminado el Congreso, sus organizadores mantuvieron alguna reunión con Maura y Moret en la capital del reino; y cuando este último accedió a la Presidencia (1909), se renovaron los préstamos y se intentó mantener la política de “redención” apenas iniciada. Es verdad que hubo promesas que no llegaron a cumplirse, que para un problema de aquella magnitud el discurso de la caridad no era remedio suficiente; y que los logros alcanzados sobre el terreno fueron bastante limitados. La llamada de atención con la que, desde aquel concilio, se alertó al conjunto de la sociedad española tuvo, sin embargo, un efecto extraordinario y lo que si consiguió (y ya de manera irreversible), es que la gravísima cuestión de la región “desheredada” pasara a considerarse como un problema de Estado.  

 

 

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